Con lo extrañas que son las políticas acertadas, no quise dejar pasar la ocasión para compartir algunas valoraciones a cerca de las escuelas abiertas. El último fin de semana he tenido la oportunidad de conocer varias de las 54 escuelas que funcionan en zonas marginales y he salido bien impresionado. Las imaginaba un poco caóticas y faltas de contenido.
Son escuelas bien organizadas, muy concurridas y además alegres. Contrastan con la escuela regular donde los alumnos guardan silencio mientras el maestro habla. Aquí, los asistentes deciden en qué participar y lo hacen con mucho interés.
El signo de estas escuelas es la juventud. La mayoría de sus alumnos es gente muy joven que está asistiendo a talleres de artes, deportes o computación.
¿Dónde estaban estos jóvenes cuando la escuela permanecía cerrada? ¿Qué hacían con su tiempo? Lo mismo que siguen haciendo miles más, encerrarse en casa a dilapidar sus habilidades frente el televisor, o peor aún, deambular por las calles expuestos a innumerables riesgos.
Estas escuelas están ubicadas en zonas de riesgo, áreas que alimentan las estadísticas de la violencia.
Desde luego que las escuelas abiertas están muy lejos de resolver los problemas de marginalidad. No es ese su propósito. Pero representan un espacio disputado a las maras y al crimen organizado. Esos jóvenes que llegan cada fin de semana y ocupan su tiempo aprendiendo algo útil o al menos compartiendo con amigos en un ambiente organizado, están ganando motivos para mantenerse al margen de los grupos que se organizan para delinquir.
Es una interesante forma, no violenta, de ganarle terreno a la descomposición social y de darle presencia al Estado, promover la participación y la creatividad. Características que se extrañan en la escuela regular.
La gran pregunta es: ¿qué más viene después? Se debe promover la organización juvenil bajo nuevos parámetros, articular oportunidades de trabajo que encausen las expectativas de esos jóvenes.No es tarea sencilla. Las escuelas abiertas ofrecen una posibilidad, pero actuando como estrategia aislada no servirán de mucho. Hacen falta acciones complementarias de desarrollo comunitario. Pero esto no desmerece la iniciativa.
Sirva este comentario como reconocimiento a los coordinadores, facilitadores e instructores, hombres y mujeres, que se arriesgan de muchas formas para hacer que el programa funcione.